lunes, 5 de noviembre de 2012

Cante hondo


Yo meditaba absorto, devanando 
los hilos del hastío y la tristeza, 
cuando llegó a mi oído, 
por la ventana de mi estancia, abierta 

a una caliente noche de verano, 
el plañir de una copia soñolienta, 
quebrada por los trémolos sombríos 
de las músicas magas de mi tierra. 

... Y era el Amor, como una roja llama... 
?Nerviosa mano en la vibrante cuerda 
ponía un largo suspirar de oro 
que se trocaba en surtidor de estrellas?. 

... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla, 
el paso largo, torva y esquelética. 
?Tal cuando yo era niño la soñaba?. 

Y en la guitarra, resonante y trémula, 
la brusca mano, al golpear, fingía 
el reposar de un ataúd en tierra. 

Y era un plañido solitario el soplo 
que el polvo barre y la ceniza avienta.


Noche de verano



Es una hermosa noche de verano. 
Tienen las altas casas 
abiertos los balcones 
del viejo pueblo a la anchurosa plaza. 
En el amplio rectángulo desierto, 
bancos de piedra, evónimos y acacias 
simétricos dibujan 
sus negras sombras en la arena blanca. 
En el cénit, la luna, y en la torre, 
la esfera del reloj iluminada. 
Yo en este viejo pueblo paseando 
solo, como un fantasma.


Las encinas



¡Encinares castellanos 
en laderas y altozanos, 
serrijones y colinas 
llenos de oscura maleza, 
encinas, pardas encinas; 
humildad y fortaleza! 
Mientras que llenándoos va 
el hacha de calvijares, 
¿nadie cantaros sabrá, 
encinares? 
El roble es la guerra, el roble 
dice el valor y el coraje, 
rabia inmoble 
en su torcido ramaje; 
y es más rudo 
que la encina, más nervudo, 
más altivo y más señor. 
El alto roble parece 
que recalca y ennudece 
su robustez como atleta 
que, erguido, afinca en el suelo. 
El pino es el mar y el cielo 
y la montaña: el planeta. 
La palmera es el desierto, 
el sol y la lejanía: 
la sed; una fuente fría 
soñada en el campo yerto. 
Las hayas son la leyenda. 
Alguien, en las viejas hayas, 
leía una historia horrenda 
de crímenes y batallas. 
¿Quién ha visto sin temblar 
un hayedo en un pinar? 
Los chopos son la ribera, 
liras de la primavera, 
cerca del agua que fluye, 
pasa y huye, 
viva o lenta, 
que se emboca turbulenta 
o en remanso se dilata. 
En su eterno escalofrío 
copian del agua del río 
las vivas ondas de plata. 
De los parques las olmedas 
son las buenas arboledas 
que nos han visto jugar, 
cuando eran nuestros cabellos 
rubios y, con nieve en ellos, 
nos han de ver meditar. 
Tiene el manzano el olor 
de su poma, 
el eucalipto el aroma 
de sus hojas, de su flor 
el naranjo la fragancia; 
y es del huerto 
la elegancia 
el ciprés oscuro y yerto. 
¿Qué tienes tú, negra encina 
campesina, 
con tus ramas sin color 
en el campo sin verdor; 
con tu tronco ceniciento 
sin esbeltez ni altiveza, 
con tu vigor sin tormento, 
y tu humildad que es firmeza? 
En tu copa ancha y redonda 
nada brilla, 
ni tu verdioscura fronda 
ni tu flor verdiamarilla. 
Nada es lindo ni arrogante 
en tu porte, ni guerrero, 
nada fiero 
que aderece su talante. 
Brotas derecha o torcida 
con esa humildad que cede 
sólo a la ley de la vida, 
que es vivir como se puede. 
El campo mismo se hizo 
árbol en ti, parda encina. 
Ya bajo el sol que calcina, 
ya contra el hielo invernizo, 
el bochorno y la borrasca, 
el agosto y el enero, 
los copos de la nevasca, 
los hilos del aguacero, 
siempre firme, siempre igual, 
impasible, casta y buena, 
¡oh tú, robusta y serena, 
eterna encina rural 
de los negros encinares 
de la raya aragonesa 
y las crestas militares 
de la tierra pamplonesa; 
encinas de Extremadura, 
de Castilla, que hizo a España, 
encinas de la llanura, 
del cerro y de la montaña; 
encinas del alto llano 
que el joven Duero rodea, 
y del Tajo que serpea 
por el suelo toledano; 
encinas de junto al mar 
?en Santander?, encinar 
que pones tu nota arisca, 
como un castellano ceño, 
en Córdoba la morisca, 
y tú, encinar madrileño, 
bajo Guadarrama frío, 
tan hermoso, tan sombrío, 
con tu adustez castellana 
corrigiendo, 
la vanidad y el atuendo 
y la hetiquez cortesana!... 
Ya sé, encinas 
campesinas, 
que os pintaron, con lebreles 
elegantes y corceles, 
los más egregios pinceles, 
y os cantaron los poetas 
augustales, 
que os asordan escopetas 
de cazadores reales; 
mas sois el campo y el lar 
y la sombra tutelar 
de los buenos aldeanos 
que visten parda estameña, 
y que cortan vuestra leña 
con sus manos.

Retrato



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 
y un huerto claro donde madura el limonero; 
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; 
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido 
?ya conocéis mi torpe aliño indumentario?, 
más recibí la flecha que me asignó Cupido, 
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, 
pero mi verso brota de manantial sereno; 
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética 
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; 
mas no amo los afeites de la actual cosmética, 
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos 
y el coro de los grillos que cantan a la luna. 
A distinguir me paro las voces de los ecos, 
y escucho solamente, entre las voces, una. 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera 
mi verso, como deja el capitán su espada: 
famosa por la mano viril que la blandiera, 
no por el docto oficio del forjador preciada. 

Converso con el hombre que siempre va conmigo 
?quien habla solo espera hablar a Dios un día?; 
mi soliloquio es plática con ese buen amigo 
que me enseñó el secreto de la filantropía. 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. 
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 
el traje que me cubre y la mansión que habito, 
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 

Y cuando llegue el día del último vïaje, 
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar.


Yo voy soñando caminos




Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".

Sol de Invierno

Es mediodía. Un parque. 
Invierno. Blancas sendas; 
simétricos montículos 
y ramas esqueléticas. 
Bajo el invernadero, 
naranjos en maceta, 
y en su tonel, pintado 
de verde, la palmera. 
Un viejecillo dice, 
para su capa vieja: 
«¡El sol, esta hermosura 
de sol!...» Los niños juegan. 
El agua de la fuente 
resbala, corre y sueña 
lamiendo, casi muda, 
la verdinosa piedra.

El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma


El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma. 
Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino? 
Pasado el llano verde, en la florida loma, 
acaso está el cercano final de tu camino. 
Tú no verás del trigo la espiga sazonada 
y de macizas pomas cargado el manzanar, 
ni de la vid rugosa la uva aurirrosada 
ha de exprimir su alegre licor en tu lagar. 
Cuando el primer aroma exhalen los jazmines 
y cuando más palpiten las rosas del amor, 
una mañana de oro que alumbre los jardines, 
¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor? 
Campo recién florido y verde, ¡quién pudiera soñar aún 
largo tiempo en esas pequeñitas 
corolas azuladas que manchan la pradera, 
y en esas diminutas primeras margaritas!

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