lunes, 5 de noviembre de 2012

Del pasado efímero




Este hombre del casino provinciano 
que vio a Carancha recibir un día, 
tiene mustia la tez, el pelo cano, 
ojos velados por melancolía; 
bajo el bigote gris, labios de hastío, 
y una triste expresión, que no es tristeza, 
sino algo más y menos: el vacío 
del mundo en la oquedad de su cabeza. 

Aún luce de corinto terciopelo 
chaqueta y pantalón abotinado, 
y un cordobés color de caramelo, 
pulido y torneado. 
Tres veces heredó; tres ha perdido 
al monte su caudal; dos ha enviudado. 

Sólo se anima ante el azar prohibido, 
sobre el verde tapete reclinado, 
o al evocar la tarde de un torero, 
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta 
la hazaña de un gallardo bandolero, 
o la proeza de un matón, sangrienta. 

Bosteza de política banales 
dicterios al gobierno reaccionario, 
y augura que vendrán los liberales, 
cual torna la cigüeña al campanario. 

Un poco labrador, del cielo aguarda 
y al cielo teme; alguna vez suspira, 
pensando en su olivar, y al cielo mira 
con ojo inquieto, si la lluvia tarda. 

Lo demás, taciturno, hipocondriaco, 
prisionero en la Arcadia del presente, 
le aburre; sólo el humo del tabaco 
simula algunas sombras en su frente. 

Este hombre no es de ayer ni es de mañana, 
sino de nunca; de la cepa hispana 
no es el fruto maduro ni podrido, 
es una fruta vana 
de aquella España que pasó y no ha sido, 
esa que hoy tiene la cabeza cana.


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